martes, 6 de octubre de 2009


La vocación del Filósofo


El filósofo es un tipo raro, un personaje oscuro y bastante despreciable e incomprendido. Algunos tienen temor de que se exprese, temor de lo que va a decir; otros lo desprecian porque tiene el coraje de decir lo que piensa en todo momento y delante de todo tipo de poder establecido. Este coraje o actitud de principios despierta el desprecio de los tantos maricones chupa medias del poder que pasan sus vidas siendo espectadores del accionar que los alimenta.


El filósofo desnaturaliza con mórbidas críticas todas aquellas cosas que los demás estiman, alaban y persiguen. Por ese motivo se presenta para los demás como una amenaza permanente, ¿a quién le gusta que aquellas cosas a las que se aferra con total certeza y liberalidad sean puestas en duda y ridiculizadas? Es esto lo que hace el filósofo, desnaturaliza la realidad, la fricciona por todas partes y no se queda con ninguna certeza. Claro que muchas veces se aferra a algunas ideas motoras de su pensamiento, pero casi siempre en forma provisoria, nunca permanente.


Es por esto que los filósofos son tildados de polémicos y problemáticos por los demás. Sin duda, no hay mejor alago para un filósofo que llevar el título de polémico o problemático por qué, ¿qué sería no serlo? Seguramente no serlo sería ser un cubridor de las desigualdades, un adulador de los líderes sin vocación, un succionador de los personajes siniestros que ocupan indecentemente cargos sin capacidad y muchas otras cosas más, ¿acaso no es mejor ser tildado de polémico que de chupa medias?


Para un filósofo ser polémico es una virtud, no un demérito. El inicio del filosofar se nutre de la discusión y polémica de las ideas que construyen el mundo intelectualmente hablando, de aquéllas ideas que parecen inamovibles y se enquistan en un momento de la historia para no moverse de allí y construyen subjetividades simétricas y permanentes. El filósofo disfruta del título de polémico, aunque es demasiado grande para ser llevado a cuestas. Ser polémico significa cuestionar las ideas con ideas profundas, distintas y movilizantes y esto es demasiado fuerte y bueno como para no darle el honor que se merece. No sé cuantos filósofos pueden afrontar semejante alago.


Generar polémica, ¡qué bueno, pero cuántos dolores de cabeza trae al pobre filósofo! Desde maltratos físicos, persecuciones ideológicas, despedidas de sus trabajos y cosas semejantes. En este mundo hipócrita el filósofo es despreciado porque pone el acento en temas que nadie quiere pensar por miedo a perder sus posiciones económicas, los lugares privilegiados de trabajo, entre otras cosas.


Este mundo lleno de contradicciones que fomenta por un lado el librepensamiento, lo estimula como algo que debe esparcirse por todos los rincones de las neuronas humanas, por el otro, sin embargo, cuando encuentra a un filósofo que se atreve a decir lo que piensa, lo excluye como si fuera el pecador más grande de todos. ¿En qué quedamos? Claro es que su pecado más grande está en su filosa lengua que no tiene compromisos con nadie más que con sus propias ideas, que es insobornable e inacallable.

¡Y qué de aquéllos que lo tildan de problemáticos! Otro muy buen alago para los filósofos que también es difícil de llevar a cabo. Generar problemas es la llave para encontrar nuevas y mejores respuestas ante las diversas problemáticas existenciales. ¿Acaso no es cierto que muchos de los filósofos problemáticos han construido mundos enteros con sus ideas?, ¿no es cierto que muchos de los filósofos que han sido criticados y torturados por sus ideas siglos atrás, hoy se los reconoce, se los lee y se los respeta? ¿En nombre de qué y de quien esta sociedad hipócrita y llena de contradicciones se atreve a estigmatizar a los filósofos, aunque, como hemos dicho, no hace más que alabar?


Algunos mortales generan problemas sin aportar nada para el mundo. Muchos seres humanos son verdaderamente problemáticos porque no piensan por sí mismos y andan rebajándose ante cualquier estúpido que se le cae una mísera idea, aunque sea repetida. Estos son los verdaderos problemáticos, los que no generan ningún problema que deba ser de interés para el resto de los mortales. Los verdaderos problemáticos son todos aquellos apáticos de pensamientos que venden sus neuronas por un poco de poder, de trabajo o de efímero reconocimiento. Pero llamar a los filósofos problemáticos y entender con ello que son un mal para la sociedad o que deben callarse, no es más que otra de las tantas estupideces humanas.


Que el filósofo hable, por Dios, de otro modo debemos escuchar a tantos papanatas con agujas desafiladas que no dicen nada más que insensateces en forma permanente. Claro que ser tildados de problemáticos es un alago, aunque la intención de los caratuladores sea otra. De no ser problemáticos, ¿qué se puede ser? Obsecuentes, ignorantes, hipócritas, mediocres.


El filósofo es un tipo que no se contenta nunca con dejar de revisar sus propias ideas y las ideas que han construido el mundo que lo rodea. Tiene a su favor que no es un dogmático cerrado y recalcitrante que confunde la realidad con las interpretaciones de la realidad, las razones con la verdad, las buenas razones con aquellas que están atravesadas por falacias sostenedoras de mentiras. No, el filósofo es un inquieto incorregible que siempre pone en dudas sus propias ideas y tiene la apertura mental suficiente para prestar el oído a ideas distintas y antagónicas. Quien no está dispuesto a revisar sus propias ideas o es un soberbio importante que vive encerrado en un caldito de gallina o tiene las certezas suficientemente fuertes, casi divinas, de cómo son las cosas.


Hay muchos conejillos de indias que se llamas a sí mismos filósofos porque enseñan filosofía y, en realidad, enseñan teología de la más berreta y acartonada. Es que para ser filósofo se tiene que sentir la crítica desde las entrañas, la inconformidad con el estado de cosas desde todo el dolor que nos brinda un mundo estropeado e inequitativo. Quienes dogmatizan sus ideas no son filósofos ni hacen filosofía; son conejillos que reproducen ideas ajenas y lo hacen mal.


Es verdad que el filósofo es un tipo incómodo para el resto porque es muy ácido a veces con sus comentarios y muchas personas no están preparadas para aceptar las críticas o para escuchar otra cosa distinta que no sea la que quieren escuchar. Y como el filósofo nunca va a condescender al estado en que todos los humanos se muestran cordiales, es decir, aquél en que a las personas se le dice lo que están esperando, entonces es más fácil rechazarlo, hacerlo a un lado, negarle el saludo y cosas por el estilo.


No es fácil ser filósofo y llevar sobre el lomo a muchos mortales que lo desprecian por el solo hecho de pensar, sí, de pensar. Es que el filósofo pone la lupa donde muchos otros la sacan y la saca donde muchos otros la ponen, y esto trae malestar como es de esperar, ¿a quién le gusta que le digan que está equivocado o que obra mal si hace tal o cual cosa contra otro individuo?


El filósofo sufre mucho por el rechazo, pero prefiere soportarlo a vender sus ideas por un plato de comida. Sus principios son más fuertes que todo el oro del mundo y el sentido de respeto para sí mismo en cuanto a expresar siempre sus ideas es copiosamente inclaudicable. No hay nada en el mundo que pueda acallar o comprar la palabra de un filósofo. Es que es dueño de algo muy importante de la vida: el respeto a sí mismo, la dignidad con sus propias ideas. Sería un indigno irrespetuoso si no dijera para sí mismo lo que piensa y si no lo transmitiera a los demás. Sólo el hipócrita se autoengaña y cree engañar a los demás. El filósofo odia la hipocresía que no es otra cosa que nulidad mental.


A los filósofos les debemos la dignidad de levantar la voz en todo momento, de combatir el poder en todas sus formas, sin miramientos e intereses egoístas, la habilidad de sistematizar ideas con un rigor racional admirable y muchísimas cosas más. Gracias Dios por darme esta gloriosa vocación: Claudio G. Barone