martes, 19 de enero de 2010

No hay hechos, sólo interpretaciones


Desde que Nietzsche sostuvo que “No hay hechos, sólo interpretaciones”, la posibilidad de conocer los hechos tal como se produjeron ha sido lastimada fuertemente. Si no podemos conocer los hechos, puesto que éstos mismos ya son “hechos interpretados”, entonces habrá tantas interpretaciones de los hechos como hechos interpretados, es decir, si sólo podemos tener acceso a nuestras interpretaciones de los hechos, entonces los hechos como datos puros e inmutables quedan desdibujados y se pierden en el mar de interpretaciones. Pero, ¿es posible que los hechos puedan considerarse como datos puros o lo que es lo mismo como realidades objetivas, es decir, independientes de la interpretación del sujeto? Pareciera que no. Los hechos por sí mismos no hablan o en todo caso hablan sólo a la luz de sus intérpretes. Los hechos no explican nada, sólo suceden, acontecen. Es la pluma de un intérprete la que los ciñe de sentido. Ahora bien, ¿de qué sentido los ciñe? ¿Se puede describir la realidad objetivamente? Se puede describir un hecho sin ningún filtro interpretativo, ya sea idiomático, cultural, ideológico u otros. Supongo que no.

Pero volvamos al problema. Si sólo podemos conocer nuestras interpretaciones de los hechos, entonces tuvo primero que haber hechos objetivamente dados. Pero, ¿qué sería un hecho objetivamente dado? Supongo algo que irremisiblemente sucedió en tiempo y espacio. Bien, ¿y cómo sabemos que algo sucedió? Porque lo vemos, porque hemos sido testigos audiovisuales de los acontecimientos, porque muchos hombres lo han visto. De manera que hay hechos, hay acontecimientos que se pueden comprobar. De modo que no hay ninguna duda respecto de que suceden cosas, de que hay hechos. El problema se suscita al creer que esos hechos hablan por sí mismos, deben ser interpretados de la misma manera, son evidentes para todos de igual forma.

¿No será que un hecho al ser interpretado como hecho pierde lo que es de suyo propio, es decir, lo objetivo? ¿Hay otra forma en que un hecho se dé a conocer sin el filtro de la interpretación humana? Pareciera que no. En el acto interpretativo existe una donación de sentido que se impone necesariamente y esta donación de sentido va virando según el intérprete de los hechos. De manera que si existen muchos intérpretes de un mismo hecho, entonces el hecho como tal se desdibuja, se esfuma, se pierde en el montón de interpretaciones a tal punto de que sólo hay interpretaciones y no hechos. ¿Quién podrá afirmar que su interpretación se ajusta infaliblemente a los hechos? Los hechos son interpretados de distintas formas y estas disímiles interpretaciones terminan creando un nuevo hecho, algo distinto del acontecimiento primigenio, algo que en algunos casos, es totalmente distinto a lo que se suponía al principio.

En el acto interpretativo, todos creen tener la mejor explicación de los hechos y la única. Sin embargo, nunca hay una única interpretación que logre cautivar a la totalidad de las personas. La realidad tiene aristas tan imperceptibles y contradictorias que en ningún caso la interpretación de un hecho puede ser más que la interpretación subjetiva de un hecho, que está sujeta a un vínculo inextricable entre el hecho y la personalidad del intérprete. Además, no sólo existen diversas interpretaciones respecto de un mismo acontecimiento sino, además, diversas revisiones del mismo hecho por un mismo intérprete; es decir, el intérprete siempre está reinterpretando su posición final.

En otras palabras, si para un mismo intérprete no queda muy claro su posición respecto de un hecho, mucho menos claro va a quedar si sumamos a la interpretación de un hecho a diversos intérpretes que tienen distinta conexión con el hecho, distinto enfoque ideológico y distinta cognoscibilidad con los acontecimientos. Por lo dicho, aparece como oscura la posibilidad de llegar a conocer los hechos, a tal punto de concluir que sólo conocemos lo que queremos saber y cómo lo queremos saber. Y si sólo conocemos lo que queremos y cómo lo queremos, entonces volvemos a la expresión “no hay hechos, sólo interpretaciones”

Pero, ¿cuál es el trabajo del intérprete? El intérprete se acerca a los acontecimientos con la premisa fundamental de ser imparcial a la hora de evaluar cómo sucedieron las cosas, apuesta a cierta neutralidad que supone como propia, existente en sí y por lo tanto, capaz de conocer tal cual fueron las cosas. El quiere saber todo, no se conforma con datos aislados o con testigos desinformados, busca ir a la raíz del problema. Bueno, el criterio de imparcialidad se ha de esperar en todo intérprete honesto, pero sabemos muy bien que muchos intérpretes tienen preconceptos y muchos otros son básicamente deshonestos, persiguen intereses inescrupulosos y de ninguna manera les interesa llegar a la verdad, si es que hay alguna verdad a la que se deba llegar.

Respecto del intérprete honesto que presupone su neutralidad en el tratamiento de los hechos, hay que decir que su pretendida neutralidad no es más que una presunción idealista, puesto que en la práctica su propia actividad interpretativa lo lleva por senderos que albergan más de una conclusión creada por la lógica argumentativa y que no está respaldada por ninguna evidencia probatoria que se apoye en los hechos. Es que los hechos sólo son hechos para un intérprete y sólo de la manera que el intérprete los quiera ver, no tienen vida independiente, extrasubjetiva.

De manera que la neutralidad en el acto interpretativo es una concepción idílica que sirve como motora para llegar a conocer cómo han sido los hechos. Lo que sucede en el proceso de investigación es algo muy distinto. El intérprete tiene en su contra que no puede ser imparcial consigo mismo, aunque desee serlo. Siempre va a dictaminar a su favor, con lo cual es muy difícil que pueda ser imparcial con las demás cosas, con las personas y con su propio trabajo.

Además, en la observación de los datos existe inevitablemente un observar desde algún lugar, con alguna suposición. No existe la mirada del observador que pueda inhibir sus características personales y mirar desde fuera de la naturaleza humana. Algunos intérpretes miran desde sus propias concepciones ideológicas y elaboran teorías sin siquiera investigar en el lugar de los hechos cómo se han sucedido. Por lo tanto, llegan a conclusiones que ya estaban contenidas en sus propias hipótesis investigativas. Claro, estos son los malos intérpretes, ¿y qué de aquellos que suponemos buenos? ¿Acaso pueden evadir la tentación de elaborar hipótesis que intenten explicar el curso de los hechos?, ¿acaso pueden mirar saltando su propia naturaleza humana finita, idílicamente imparcial? Pareciera que no. Quizás, la diferencia entre un investigador bueno y uno malo resida en que el bueno al menos intenta acercarse al lugar del hecho en busca de capturar la mayor evidencia posible.

Sin embargo, es imposible que el buen intérprete pueda abstenerse de involucrarse ideológicamente en los hechos que describe. De hecho, toda interpretación de los hechos no sólo presupone la totalidad de la persona humana, con sus ideas y pasiones, sino también presupone la realización de una lectura de los hechos que luego de ser investigados, son relatados en base a una selección y edición interpretativa de los mismos que es ineludible. Todo intérprete observa, selecciona, edita y presenta sus conclusiones buscando impactar y creyendo que ha descubierto la verdad, que su lectura es la que se acerca a los hechos. Sin embargo, su lectura de los hechos sólo se acerca a su lectura de los hechos, es decir, no es más que las lógicas conclusiones contenidas en sus hipótesis y dadas por sus subjetivos recortes. En tal sentido, es posible reafirmar que si “no hay hechos, sólo interpretaciones” porque todo ente es ente interpretado, entonces “no hay una verdad, hay diversas verdades” o lo que es lo mismo, la verdad es relativa a cada intérprete y los hechos no son más que una creación subjetiva del investigador. Claudio G. Barone