jueves, 11 de febrero de 2010

La ejemplaridad de la vida cristiana: Una mirada anti-idealista


Sin duda, el tema de la ejemplaridad de la vida cristiana reviste innumerables perfiles para ser abordado. A mí me interesa trabajarlo desde un punto de vista realista y no idealista. Denomino realismo filo-antropológico a aquel que sostiene que la vida humana debe ser entendida tal como se presenta, con sus grandezas y miserias, sus aciertos y contradicciones, su estado de ánimo ambivalente y sus emociones y pasiones prestas a manifestarse en cada uno de los pensamientos y acciones humanas.

No me interesa un idealismo filo-antropológico del tema porque esconde una parte del ser humano y resalta todo aquello que debe ser pero que, de hecho, no es ni puede llegar a ser dentro de los parámetros ontológicos de su propia naturaleza. La concepción idealista no describe los hechos tal como se presentan, sino como se deberían presentar; no presenta al ser humano total, sino parcial; no considera los límites de la naturaleza humana, sino que ilusoriamente los trasgrede; no estructura su pensamiento en términos de este mundo, sino pensando desde un mundo que todavía no es, pero como si fuera.

El idealismo filo-antropológico se nutre de las promesas venideras, pero los sujetos de la acción humana viven en el presente cautivados por una naturaleza de pecado que los sumerge en la desesperación y angustia. Este idealismo tiende a destacar lo más ejemplar de las vidas y a esconder lo más miserable y oprobioso, por eso unifica hipócritamente al ser humano en una sola posibilidad: lo que no es se esconde vilmente en lo que debe ser y lo que debe ser se pone al descubierto sólo en algunos gestos ocasionales que luego son resaltados como ejemplares y a sus agentes como ejemplos.

De manera que los ejemplos de la vida cristiana se componen de pequeños gestos que logran neutralizar a todos aquellos rasgos potencialmente realistas del ser que se oponen al idealismo impregnado de deber ser. Y las vidas ejemplares son aquellas que disimulan, ocultan o minimizan todos aquellos rasgos que perturban la conciencia cristiana, todas aquellas cosas que cuadran dentro del amplio concepto de pecado. No hay vidas ejemplares, sólo gestos ejemplares de una vida que está atravesada por el pecado y lucha contra él para que se manifieste lo menos posible. Quizás, la vida ejemplar sea aquella en la que el pecado ha hecho menos estragos, aquella en la que el pecado ha sido y es contrarrestado de una manera más inteligente.

Y estos gestos ejemplares se dan en una vida que está atravesada por el pecado, se dan en cualquiera de las personas que han aceptado a Cristo y en aquellas que todavía no lo han aceptado también, aunque desde una perspectiva diferente. No hay personas que puedan superar la barrera ontológica del pecado, sólo personas que pueden contrarrestar, con la ayuda de la gracia de Dios, de una mejor forma al pecado que está siempre deseoso de manifestarse.

El cristiano tiene gestos de ejemplaridad, lo que no significa que tenga una vida ejemplar en sentido realista. O quizás, lo que llamamos vida ejemplar no es más que un conjunto de gestos que afloran en todos los seres humanos en determinados momentos de la vida. Si recurrimos a los textos bíblicos podremos notar que los personajes de sus historias están llenos de aciertos y de grandes errores, de momentos de grandeza y de momentos de gran depresión e incredulidad. Podría dar muchísimos ejemplos al respecto, pero sólo basta con decir que el Apóstol Pablo luego de haber tenido una experiencia de conversión sin igual, fue reprendido por Pedro en Antioquía porque estaba obligando a judaizar.

De modo que el cristiano tiene momentos de ejemplaridad a través de sus acciones y momentos de oscuridad manifestada por el pecado en sus diversas formas. Por eso me parece que el tratamiento idealista esconde una parte de la realidad onto-ética del ser humano, como si de esta forma no existiera o no quisiera que exista. Sin embargo, existe y es lo que nos obliga a hablar de gestos, de momentos ejemplares, pero no de una vida ejemplar, o bien de una vida ejemplar, si se quiere, que tiene tantos errores como una vida que no llamaríamos ejemplar. Porque, además, lo que destacamos de ejemplar en una acción es aquello que ha podido salir a la luz, aquello que de alguna manera se ha conocido, pero existen innumerables casos de gestos ejemplares anónimos.

La concepción filo-realista se basa en una descripción fenomenológica de las personas y muestra la totalidad de sus gestos, no sólo los buenos gestos. Apunta a romper con ese manto mitológico que cubre a determinados personajes bíblicos por el solo hecho de ser bíblicos y a determinados líderes evangélicos u de otra denominación cristiana que creen que están por encima del resto de los mortales, por el solo hecho de ser líderes que, más que un honor debería ser un compromiso de servicio irrenunciable, que muy pocas veces se ve.

No le interesa a la concepción filo-realista tapar la basura con parches de idealismo ilusorio, puesto que, además, sería imposible hacerlo, puesto que la basura está siempre, nos acompaña el resto de nuestra vida y nos encara permanentemente para ocupar el primer lugar en nuestra vida. La basura es el pecado en todas sus formas de manifestación. No puede ser encubierto, no se deja, no queremos, aunque tengamos un imperativo del deber ser que nos sirva como regulador de nuestras acciones. El imperativo es la voluntad de Dios registrada en los textos hagiográficos, que nos impele a vivir de una manera que escapa a nuestra posibilidad ontológicamente real. Pero entonces, ¿cómo es que Dios nos pide que vivamos de una manera que choca decididamente contra nuestra naturaleza?

Está claro que el mandato divino reviste el carácter de obligatorio, es decir, debemos vivir como Dios establece; sin embargo, no por obligatorio deja de ser idílico y potencialmente difícil de ser cumplimentado, al menos, en todas sus demandas. Y el mandato es difícil de ser vivido porque nuestra naturaleza no ha sido destruida en el momento de la conversión, sino destronada, pasada a segundo plano, pero no como inactiva, sino como latente presta a que le demos lugar. De modo que se establece una resistencia, una lucha entre el deber ser o lo que Dios quiere que seamos o hagamos y el ser o lo que nosotros queremos ser o hacer. Y en esta lucha muchas veces sufrimos derrotas parciales y muchas otras victorias parciales. No hay ni derrotas absolutas ni victorias absolutas. La lucha es ardua y nos acompaña por el resto de la vida.

Cada vez que salimos victoriosos de esta lucha, manifestamos gestos de grandeza y momento de plena ejemplaridad que se traducen en buenas acciones para con el prójimo. Por eso hablaba de gestos ejemplares y no de una visa ejemplar. Sin embargo, cada vez que salimos derrotados de esta lucha nuestra vida se sumerge en la depresión y en la miseria espiritual. De manera que una misma persona puede tener gestos de ejemplaridad y de fracaso en distintos momentos de su vida. Y esto les sucede a todos los cristianos de la misma manera, a no ser que haya cristianos que estén por encima de la barrera ontológica de su composición natural.

La descripción realista fenomenológica pone su acento en la vida de las personas tal como se manifiesta y no en cómo se debe manifestar. De nada sirve que tengamos en el nivel del mandato lo que se debe hacer y en el nivel de la praxis lo que realmente somos y hacemos. Intentar juntar en forma permanente ambos niveles es un desafío que tiene como corolario la derrota, puesto que parcialmente el deber ser coincide con el ser y cuando coincide hablamos de gestos ejemplares de una vida.

Que nuestra voluntad quiera siempre cumplir con el deber es mera especulación idealista, dado que no puede querer siempre cumplir con el deber porque está transida por el pecado. Para que una voluntad coincida siempre con el deber, se necesitaría en términos kantianos, una voluntad santa y nuestra voluntad es non santa, no siempre quiere cumplir con el mandato divino porque el pecado se presenta como barrera, como paredón, muchas veces insaltable. Cuando se logra saltar, estamos en presencia de gestos ejemplares y lo destacamos justamente por estar más allá del promedio de las acciones humanas.

Sólo con la intervención del espíritu Santo en nuestras vidas podemos, cuando le damos el lugar correspondiente, manifestar gestos ejemplares y parecernos un poco a nuestro modelo por antonomasia: Jesucristo. Justamente, Cristo fue la única persona en la que su voluntad coincidía siempre con el deber, porque no estaba sujeto a una naturaleza pecaminosa, porque era Dios. El resto de los mortales sucumbimos al deseo de oponernos a la voluntad de Dios y hacer nuestra voluntad.

Así, sólo logramos manifestar gestos de ejemplaridad cuando ponemos a Dios en primer lugar y queremos que nuestra voluntad coincida con el deber mandado, de lo contrario, nuestra vida está transita por la más entera oscuridad onto-ética. Y es una verdadera lástima que sean pocas las veces que deseamos coincidir nuestra voluntad con el mandamiento, con el deber mandado por Dios en su Palabra.

Aquellas personas que ponen a Dios en primer lugar con mayor asiduidad, logran mayor número de gestos ejemplares que se traducen en una vida de bendición personal. Quienes, por el contrario, ponen a su ego en primer lugar, transitan por la oscuridad del pecado y del fracaso. Claro que poner a Dios en primer lugar cuesta una lucha diaria con la carne o naturaleza pecaminosa, no es gratuito. Si así lo fuera, es decir, si no costase nada, entonces nuestra voluntad coincidiría plenamente con el deber, y eso es exactamente lo que no sucede siempre ni puede suceder siempre, salvo en contadas ocasiones que catalogamos como ejemplares.

Ahora bien, si nuestra voluntad no puede ni quiere hacer el bien, salvo cuando es movida por el Espíritu de Dios, es decir, cuando el Espíritu nos convence de hacer lo bueno, ¿por qué con un rastro de idealismo se insiste desde los púlpitos que debemos vivir como Cristo? ¿Qué sentido tiene poner en los simples mortales una carga idílica tan pesada sobre sus vidas? ¿Acaso aquellos que predican semejante desafío han alcanzado la vida de Cristo? Supongo que no. Que deberíamos ser como Cristo no hay ninguna duda, que podamos ser como Cristo es imposible. De manera que cuando el deber ser desconoce las posibilidades ontológicas del ser para cumplir con el mandato divino, lo somete a una prueba difícil de ser superada y genera un grado de culpabilidad que conduce a la frustración y a la desesperanza.

Que debamos vivir como Cristo debe operar como una idea regulativa de nuestras acciones, pero nunca nos debemos olvidar que es eso, una idea regulativa que está en el plano del deber ser intentando regular el plano del ser. Pero como el plano del ser es el plano de la libertad en donde los humanos decidimos permanentemente qué queremos ser y hacer en cada una de nuestras acciones, muy pocas veces nuestra libertad coincide con la idea regulativa de bien enmarcada en el mandato divino. Ambos planos se contraponen y tienen un amo y horizonte distinto. El plano del deber ser está regido por la voluntad de Dios y nos conduce a una vida con propósito, aunque con pruebas y luchas; el plano del ser está gobernado por nuestra voluntad que es libre de hacer lo que quiera y su horizonte es incierto.

Sólo a veces ambos planos coinciden y por eso lo destacamos, resaltamos los gestos ejemplares de una vida en la que el Espíritu se ha manifestado con poder, gracias a que la voluntad humana ha querido coincidir con el mandato divino. Sin embargo, en muchas otras ocasiones la relación existente entre ambos planos es de antagonismo. El ser lucha decididamente contra el deber ser, se resiste a cumplir con lo mandado por Dios.

La relación entre ambos planos no sólo es antagónica, sino además, es de dependencia, puesto que el plano del deber necesita materializar su ideal de vida en el ser y el plano del ser necesita tener como marco regulativo de sus acciones al deber ser. Y esta relación de antagonismo y de dependencia perdura toda la vida.

No es fácil sustraerse al embrujo de predicar contenidos que revistan un clara orientación idealista, es decir, anunciar cómo se debe vivir es una tarea relativamente fácil, basta con leer los textos sagrados. Eso es predicar desde el deber ser, desde el lado de Dios; sin embargo, anunciar un evangelio teniendo en cuenta la problemática humana para ajustarse a lo mandado es mucho más difícil y mucho menos predicado.

Todo sabemos cómo debemos vivir, lo que no podemos es vivir como sabemos. Aquí la dualidad saber—vivir se pone de manifiesto. Entiéndase bien, nadie está proponiendo predicar un evangelio más fácil de ser vivido, sólo que se comprenda a la hora de predicar la Palabra de Dios, que todo su contenido está en el plano del deber ser porque nace del corazón perfecto de Dios y nuestras vidas se mueven en el plano del ser, de la finitud y del pecado.

Cuando se intenta desde el púlpito que los cristianos vivan en la plenitud del mandato, se ejerce una violencia farisaica que se pone en el lugar de juez de las acciones de los demás y se miente descaradamente. Se confunde lo que debe ser con lo que potencialmente puede llegar a ser, pero de hecho, muy pocas veces, sólo en algunos momentos se alcanza, por todo lo dicho anteriormente.

Entonces los cristianos asumen un nivel de responsabilidad ética que excede el marco de sus potencialidades ónticas y se genera un conflicto intrasíquico difícil de resolver. Sabe que debe vivir de acuerdo al mandato divino y al mismo tiempo que no puede vivir de acuerdo a la exigencia del deber ser. Y este conflicto es reforzado por prédicas que van decididamente con el martillo del idealismo buscando aplastar a todo aquel que se encuentre en falta. Y seguramente se van a encontrar faltas, puesto que las hay en todo ser humano.

Esta incapacidad para hacer lo bueno el apóstol Pablo la señaló de manera brillante en su Epístola a los Romanos: “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago”. Aquí el Apóstol describe la lucha que transcurre en su interioridad, entre el querer hacer el bien y el no poder hacerlo. Y más adelante dice: “Quien me librará de este cuerpo de muerte”.

Sin duda, la experiencia paulina es similar a la experiencia de cada uno de los cristianos que deben luchar contra una naturaleza pecaminosa destronada, pero no destruida, que los somete y no les permite vivir de acuerdo al deber ser. Este conflicto intrasíquico requiere de la ayuda del Espíritu para poder atenuarlo y salir victorioso, aunque sólo sea algunas veces.

A esta altura del ensayo pareciera que la mirada sobre el tema es más bien pesimista; sin embargo, no se debe confundir pesimismo con realismo. No es ser pesimista decir que existen gestos ejemplares en una vida que también tiene gestos que no son ejemplares, que es imposible expresar en forma divalente la perfección de la vida cristiana, porque tal perfección no existe ni va a existir nunca y que no se pueden confundir los planos del deber ser y del ser. Esto es puro realismo. Basta con mirar a nuestro alrededor el comportamiento de los cristianos, para darse cuenta a simple vista que detrás de sus buenas acciones se encuentran acciones que rayan en diversas manifestaciones que contradicen el espíritu cristiano que está reflejado en los evangelios. Y esto es natural, es lo que vengo sosteniendo en todo el trabajo. No es posible vivir de acuerdo al ideal bíblico dentro de una naturaleza que está determinada y estructurada para combatir ese ideal. Sí es posible manifestar gestos ejemplares y esa es la tarea que los cristianos tenemos por delante.

Pero hablar de una vida enteramente ejemplar no es más que una utopía idealista e ilusoria, que requiere de un ser que no sea humano, de un ser que no conozca el pecado, que pueda vivir en un plano eidético. Sin embargo, la vida cristiana está transida por la lucha, la pasión, la contradicción y no solamente por el amor, la entrega y el sacrificio. Esta muy bien que se incite desde la Biblia y desde el púlpito a abandonar el pecado; lo que está muy mal es creer que se puede vivir una vida sin pecado y se legalice tal posibilidad, como si dependiera del esfuerzo humano el poder vivir sin pecado. Es cierto que podemos resistir al pecado, lo que no es cierto es que en ese intento de resistencia siempre salgamos victoriosos. Y muchas veces es eso lo que se predica desde el púlpito.

El único que ha podido vivir siempre en el plano del deber ser fue Jesucristo. El fue el único y el último. No hay ni habrá otro jamás. En Cristo el deber ser coincidía perfectamente con el ser. No había ningún agujero entre ambos planos porque El era la Palabra hecha carne y porque a Él se le había dado el Espíritu sin medida y a nosotros en la medida de nuestra fe. Cristo fue la más acabada expresión de la ejemplaridad de la vida y es el único que puede decir: “Quién me redarguye de pecado”. En Cristo coinciden sus gestos ejemplares con la ejemplaridad de la totalidad de su vida. No hay puntos oscuros en El ni es posible que los haya, puesto que pertenece a un estatus ontológico superior y perfecto, porque en definitiva, Cristo es Dios y sólo El pudo cumplir con la totalidad de lo mandado. Claudio Gustavo Barone

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